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lunes, 5 de diciembre de 2016

NIEVE EN LOS OJOS (María Socorro Luis)


La llamada la recibí en la oficina. Un comunicado aséptico, neutro, con la eficacia que da la costumbre: "...el camión perdió el control a causa de la nieve y arrastró el coche hasta la mediana de cemento y...".

Ni su coche ni él sobrevivieron: Traumatismo craneal múltiple. Pérdida de las dos piernas... y de mis esperanzas, sueños, deseos y sentimientos más primarios.


**********

A veces regreso. Vuelvo con un escaso equipaje y me quedo apenas unos días. Solo el tiempo necesario para recorrer los solitarios senderos, el enmarañado jardín. Para deambular por la casa. La casa desierta, fría, tan llena de fantasmas. Y de recuerdos. Y de dolor a oleadas, recurrente.

A lo largo de estos años, a veces lo he pensado: Volver y quedarme. Arreglar la casa. Volver a hacer de ella un lugar confortable, acogedor, como entonces... Lo he intentado. Pero imagino el rostro risueño tras la cortina. El vaivén de la mecedora en el porche. La huella de su cuerpo en la butaca del salón... Y no puedo soportarlo: Me sumerjo en aquella mañana de invierno. Y veo de nuevo la nieve. Y su coche destrozado. Y su cuerpo recorrido por mil trizaduras, desfigurado, roto.

**********

He llegado hasta el acantilado -en el camino encontré una huella de bicicleta-.
El mar, pacífico, grandioso, me devolvió un poco de calma.
Luego, casi sin darme cuenta, seguí el sendero desconocido que nunca habíamos llegado a explorar.

Al doblar un recodo, divisé una pequeña playa, ahora solitaria. Algunos pequeños barcos, veleros en su mayoría, dormían su nostalgia de sol cerca de la arena. Y formando un arco, se desparramaba un pequeño poblado que descansaba en una depresión. Casas blancas, bajas, de techo rojo, se apiñaban alrededor de una iglesia.

Me acerqué. Las notas de una canción melódica me llegaron nítidamente.
"Quizás haya un restaurante con un piano. Quizás pueda descansar y comer algo...".

Cuando entré en el pueblo, me crucé con algunas personas: dos mujeres que se disputaban la palabra. Un viejecito solemne con bastón y un gran sombrero, me miró con curiosidad.
Tres chavales jugaban a las canicas agazapados en el suelo polvoriento.
-Hola, ¿hay algún restaurante en este pueblo?
Uno de los chicos señaló con la mano: En esa esquina, ¿ve el letrero?

Me detuve en la puerta. Una barra se extendía de pared a pared. Detrás, un gran espejo duplicaba cuatro o cinco mesas. Y en el fondo, sentado al piano, un hombre con camisa negra y pelo rubio que le caía sobre la frente, interpretaba la canción "Hay humo en tus ojos".

Me senté en una mesa y pedí algo de comer.
De pronto, el hombre que tocaba el piano, se acercó con un vaso de cerveza en la mano: Me permites?... y sin esperar respuesta se sentó frente a mí. Noté que estaba borracho.

Tal vez mi soledad. Tal vez algo que vi en sus ojos. Tal vez mi forma de ser... Le sonreí, y hablamos.

**********

...Avanza de puntillas la primavera. Se alargan las tardes y se entretienen vistiéndose de luz, de colores vivos.
Se alargan las tardes. y se alargan nuestras charlas... Él ya no bebe y yo he vuelto a sonreír.

El tiempo se llevó la nieve. Ahora, en el camino del acantilado, hay dos huellas de bicicleta.



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