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lunes, 2 de octubre de 2017

DÍGALE (Quino)


Vaya usted y dígale a un muerto de hambre, a un moribundo lleno de pústulas y con la panza hinchada de vermes, la boca seca y los ojos hundidos. Dígale su miserable placer. Cuéntele que es usted un poeta, que sabe ver detrás de las palabras, que ha visto más allá del logos, aquella negrura del espanto, aquella baba hedionda de la nada. Dígale a ese sediento con los párpados cubiertos de moscas, que la dicha de su arte, y por lo tanto la cúspide de su propósito, se encuentra en la identidad con todos y en lo deshecho de su ser que se revuelve en la nostalgia de una nebulosa. Dígale que es un supremo artista, que es casi un dios, pues sabe lamer el vacío, sabe escupir en la ausencia y roncar con hedor una vileza de hiena que aúlla y mea en su selva. Dígale todo eso y llénese usted de orgullo. Cuando acabe, lárguese, y déjeme a mí su venganza.


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